Quien visita el Buçaco y su bosque no puede tampoco pasar por alto el antiguo Convento de Santa Cruz.
Al deambular por este espacio que invita a la meditación, admira el curioso frente, revestido de incrustaciones de cuarzo blanco y roca negra, o el techo cubierto de corcho y las paredes empedradas del vestíbulo. Al entrar en la iglesia te espera una serie de obras de arte religiosas que destacan por su singularidad.
Un pesebre de Machada de Castro, la versión de Nossa Senhora do Leite pintada por Josefa de Óbidos y esculturas italianas con representaciones de la Virgen y de figuras bíblicas son algunas de las piezas que decoran el espacio y que cuentan la historia de su devoción.
Las tierras de Buçaco fueron donadas a los Carmelitas Descalzos en 1628 por el Obispo de Coimbra para la construcción de un monasterio. Los monjes levantaron entonces un muro con más de cinco kilómetros para rodear sus terrenos y construyeron el Convento de Santa Cruz, integrado en la vegetación. Al mismo tiempo, abrieron senderos por el bosque, a lo largo de los cuales construyeron once ermitas dedicadas a la oración.
El bosque, desde aquel primer momento preservado por la comunidad monástica, fue ampliado y renovado por los monjes, que, a lo largo de los años, introdujeron nuevas especies exóticas llegadas de las colonias de ultramar. Buçaco se convirtió así en un lugar de oración, meditación, penitencia y contemplación en armonía con la naturaleza.